miércoles, 1 de marzo de 2017

Frutero se fusiona con Mercadona y se convierte en rico hacendado


Todo sucedió en una gélida y desapacible tarde de invierno. Cándido Pardillo paseaba por las solitarias y oscuras calles de su ciudad, absorto en sus pensamientos, sin ser consciente de lo que estaba a punto de suceder, algo que cambiaría su vida de una forma radical e irreversible.
Sus pasos, errantes, le conducirían fatalmente al encuentro con su destino, un destino que ni siquiera podía imaginar pero que, inexorable, le estaba esperando al otro lado de la puerta.
Entró sin demasiada convicción, siguiendo el rumbo que, al azar, le iban marcando sus piernas. Su mirada, perdida, saltaba de un lugar a otro sin que nada de lo que veían sus ojos fuera capaz de llamar su atención o provocar su interés. Sin embargo, súbitamente, como un rayo en una noche de tormenta, sin previo aviso, algo que llevaba tiempo agazapado en su interior estalló como la traca final de unos fuegos artificiales: Acababa de descubrir el sentido de su vida. Su corazón palpitaba acelerado y todo aquello que le rodeaba tenía ahora un nuevo significado.
Aquellas lechugas iceberg que, embaladas de forma tan escrupulosa y aséptica, esperaban amorosamente desde la balda al cliente, aquellos tomates cherry, tan redonditos y colorados, y tan primorosamente alineados en su cestita, aquellas manzanas, peras, albaricoques y melones. Las patatas, los pepinos, las calabazas y las coles. Todos ellos se confabularon para proporcionar a Cándido que, por si no lo he dicho todavía, regentaba una frutería, una nueva meta vital.
El afortunado frutero comprendió, en aquel crucial instante, que lo que realmente quería en esta vida era hacerse rico, muy rico, mucho muy rico...Y entonces entendió que la mejor manera para conseguirlo sería la de alcanzar una simbiosis total con aquel supermercado de éxito al que el azar le había conducido. Debería conseguir una fusión total entre su frutería y aquel supermercado urbano tan eficiente.
Colocaría los productos más demandados de su tienda en la zona más inaccesible de su local. Tendría mucho más cuidado en mantener unas colas suficientes en caja para motivar. Compraría carritos de esos que siempre se van hacia la izquierda. También  adquiriría un buen lote de parcelas de garaje y las pondría a disposición de sus clientes. En fin y en definitiva, que el hombre, con todas estas innovaciones y algunas más, se forró y se convirtió, como ya se indicaba en el título, en un rico hacendado.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.